Introducción
Desde una perspectiva simplista, se podría afirmar que el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el 1 de enero de 1994, provocó simpatías a nivel nacional e internacional debido a que se presentaba como una guerrilla conformada por indígenas encapuchados, armados, y cuyo portavoz -un ladino (no indígena) que fumaba pipa- declaraba la guerra al Estado mexicano.
La lucha armada duró poco; 12 días después, el 12 de enero del mismo año, la Comandancia General del EZLN, ordenó el cese al fuego e inició un largo periodo de negociaciones con el Gobierno Federal del entonces Presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari y llegaron a su “fin”, en abril del 2001, cuando el Congreso de la Unión firmó una Reforma que, según el comunicado que publicó el Sub Comandante Marcos, a nombre del EZLN, traicionaba los acuerdos de San Andrés en lo general y, “en lo particular, la llamada “Iniciativa de Ley de la COCOPA” en los puntos sustanciales: autonomía y libre determinación, los pueblos indios como sujetos de derecho público, tierras y territorios, uso y disfrute de los recursos naturales, elección de autoridades municipales y derecho de asociación regional, entre otros”[1]. El Gobierno había cambiado el término derecho público por interés público; esta palabra cambiaba todo el sentido de su significado original.
Pero, ¿por qué, un movimiento indígena localizado en una zona selvática del Estado del sureste Mexicano, Chiapas, devino en una negociación tan larga?, ¿cómo es posible que, a 15 años de aquel levantamiento, siga atrayendo simpatizantes y adherentes –nacionales y extranjeros- a su lucha?, ¿por qué, el zapatismo, es considerado un movimiento antisistémico – el más importante a nivel mundial? Respuestas a estos cuestionamientos requieren ser explicadas desde una perspectiva no tan simplista.
El objetivo del presente ensayo es intentar explicar –que no responder- el carácter universal de las demandas zapatistas en un momento de crisis estructural del sistema-mundo capitalista (crisis de la modernidad), y cómo, su forma de organización comunitaria (Juntas de Buen Gobierno) se presenta ante el mundo como la posibilidad para crear “una sociedad más racional y eficaz” (Villoro, 1992:103)
Un cambio de estructuras
Fernand Braudel y la escuela de los Annales, nos permiten hoy estudiar la historia desde la perspectiva de las duraciones (los acontecimientos, que son de cortísima duración; los coyunturales, que duran unos años, una vida, por ejemplo y, los hechos de larga duración, es decir, estructurales). Desde esta óptica, se puede afirmar que la Edad Media fue una etapa estructural cuyo nacimiento se puede situar en el siglo V con la caída del Imperio Romano y llegó a su fin en el siglo XV con el Renacimiento, el inicio de la época moderna que coincide o se reafirma con el descubrimiento de América.
Cada etapa (las hay anteriores) se diferencia por un núcleo de creencias básicas, por el lugar que ocupa el ser humano en el Universo. En la Edad Media, el hombre estaba supeditado a los designios de un dios, tenía un papel que representar en un mundo de jerarquías inamovibles; “cada ente tiende a ocupar su lugar natural (…) cada ente obedece a su naturaleza, la cual está regida por leyes que no puede rebasar” (Villoro, 1992: 14) El centro del mundo es Roma, cuna de la cristiandad y del imperio. Así mismo, el tiempo también tiene un comienzo preciso: cuando Dios creó a Adán y Eva. Luego, en el Renacimiento, el centro del mundo es el hombre mismo, es la era de los grandes descubrimientos; “en este universo sin fin todo es relativo, el orden no existe y todo queda determinado por las relaciones que lo uno guarda con lo otro” (Enríquez, 2004: 1). La modernidad se concibe como la Edad de la Razón; el hombre, al ya no ser dominado por la voluntad de un ser divino, al ser dueño de sus actos y de sus conquistas, domina la naturaleza, construyó “una morada para el hombre, mediante la técnica, el arte y el buen gobierno. En los inicios de nuestra época, Francis Bacon proclamaba el advenimiento del reino del hombre sobre la tierra” (Villoro, 2003: 18). A lo largo de estos 5 siglos, desde el Renacimiento, se ha vivido una etapa estructural con un nacimiento, una consolidación y una diversificación;
sería ingenuo pretender reconocer en el racionalismo del siglo XVII, en la Ilustración del XVIII, en el romanticismo o en el cientismo positivista del XIX y XX los mismos rasgos de la imagen del mundo tal como se presenta en el Renacimiento (Villoro, 1992: 84).
En el siglo XV nació, también, lo que Immanuel Wallerstein denomina la economía-mundo capitalista, es decir, la explotación del hombre por el hombre. Han sido siglos de conquistas, colonizaciones, revoluciones, la apropiación y dominio de la naturaleza para beneficio humano, la ciencia, la tecnología… La Era Moderna, ha sido un importante paso hacia la emancipación del hombre, “la modernidad se entiende fundamentalmente como dominio racional sobre la naturaleza y la sociedad” (Villoro, 1992:93); sin embargo, diversos autores afirman ésta, como la Edad Media y las anteriores, está llegando a su final. Lucrecia Lozano, por ejemplo, afirma que aunque durante estos cinco siglos se concibió a la naturaleza como una fuente inagotable de recursos al servicio del hombre para su explotación, hoy nace una conciencia ecológica que considera al hombre sólo como una parte de ese mundo natural; por otro lado, dice, la fortaleza y soberanía del Estado-nación, se encuentran sometidas a la presión que ejercen el capital y sus dueños –las corporaciones multinacionales- y por su contraparte, la ejercida por una sociedad civil cada vez más organizada y su irrupción en “movimientos étnicos, separatistas y nacionalistas” (Villoro, 2003: 14), estos grupos reafirman su singularidad, desdibujando la centralidad de Occidente. Otra evidencia es la actual crisis económica mundial que está obligando a los Estados y a los dueños del dinero, replantearse el sistema económico actual, el capitalismo. “El sistema-mundo se encuentra ahora en una crisis estructural que lo dirige hacia su propia desaparición” (Wallerstein, 2008: 256)
La modernidad, la era de la razón pero también del capitalismo, es un tiempo estructural que ha sufrido modificaciones y alteraciones por diversos tiempos coyunturales; quizá el que lo ha llevado a la crisis que, según importantes autores, puede llevarlo a su fin es el neoliberalismo; el libre mercado desregulado y mundial. Según Noam Chomsky, esta internacionalización de la economía significa la exportación de trabajo a regiones donde los salarios son muy bajos, “es una medida para incrementar las utilidades de los consorcios” (Chomsky, 1997: 12) generando desempleo en los países de origen y, en el tercer mundo, se agudizan aún más las diferencias entre un pequeño sector extremadamente rico y el resto, sumido en la pobreza. La doctrina global, como la llama Villoro, sus cuatro ideas-dilema: libertad individual, debilitamiento del Estado, democracia y desarrollo (Villoro, 2003: 23), sus resultados -en todo el mundo- han provocado un creciente malestar que, lejos de generar la felicidad prometida, ha pagado un alto precio: la exclusión.
Los Excluidos
Como Wallerstein afirma, la economía mundo capitalista que lleva ya cinco siglos, ha encontrado, desde sus inicios, fuerte resistencia por parte de las clases trabajadoras (Wallerstein, 2008: 60). Explicar la historia de estas resistencias y sus consecuencias, nos llevaría a extendernos demasiado, ya que, como afirmó Marx, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases; aún así, no podemos dejar de mencionar que la historia de la resistencia hacia el capitalismo es, también una resistencia de larga duración. En el siglo XIX, durante la Revolución Francesa, el mundo vio por primera vez a grupos organizados con demandas que se extendieron universalmente: libertad, igualdad y fraternidad; durante estos dos últimos siglos se dieron revoluciones democráticas cuyo ideal, en todas ellas “era la instauración, mediante la razón, de una sociedad emancipada, digna del hombre” (Villoro, 2003: 18)
Pero la decepción más hiriente ha sido el despertar del sueño revolucionario. La anunciada emancipación del hombre condujo, en realidad, a una atroz barbarie en los países que la intentaron; la apuesta por la igualdad llevó a la opresión; el anuncio del hombre renovado, a una nueva forma de esclavitud (Villoro, 2003: 19).
Porque las ideas-lema del liberalismo: la libertad individual, la democracia, el Estado debilitado y el desarrollo generan competencia; competir significa que uno gana y otro pierde. Un Estado debilitado se ve impedido de generar las condiciones mínimas para que cada ser humano pueda satisfacer sus necesidades básicas; esta carencia lo impide elegir; si no existe una igualdad de oportunidades, la sociedad se escinde. Resultado: exclusión de una parte de la sociedad.
En 1970, Immanuel Wallerstein acuñó el nombre de movimientos antisistémicos para aglutinar, bajo un mismo concepto, a los movimientos sociales y los nacionales que, de manera distinta, se han organizado en contra del sistema económico que los excluye; por un lado, los movimientos sociales son aquellos que aglutinan a partidos políticos socialistas y sindicatos y, por el otro, los movimientos nacionales que es la lucha organizada de los pueblos oprimidos por un imperio. La diferencia básica entre ellos radica en que su lucha se da desde distintos frentes: los partidos, desde dentro del sistema y, los pueblos oprimidos, desde fuera; su ruptura se dio cuando los partidos llegaron al poder y no cumplieron la promesa de transformar el mundo. En la Revolución Mundial de 1968, los revolucionarios denunciaron que estos partidos, “no eran parte de la solución, sino parte del problema” (Wallerstein, 2008: 147)
Si es verdad que, a lo largo del sistema capitalista, ha habido muchas movilizaciones en su contra, pocos han alcanzado el necesario carácter universal que requiere. Sólo tres (los tres en el siglo XX) han logrado que se les considere universalmente legítimos y con hegemonía moral: el Congreso Nacional Hindú (CNH) liderado por Gandhi, el Congreso Nacional Africano de Africa del Sur (CNA) con Nelson Mandela a la cabeza y, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el sub comandante Marcos en México. Carlos Antonio Aguirre Rojas, suscribe esta propuesta de Wallerstein, al afirmar que “estos movimientos, a diferencia de otros, han logrado plantear preguntas de carácter universal a través de conflictos locales y lograr dimensión universal al proponer respuestas universales”[2]. El movimiento de Gandhi, se pronunciaba en contra de cualquier tipo de colonialismo en el planeta; Nelson Mandela, contra la discriminación racial en el mundo y, la lucha indígena de los zapatistas se ha convertido en una lucha anticapitalista de todos los sectores excluidos.
El 1 de enero de 1994, el EZLN se levantó en armas contra el Estado mexicano demandando la autonomía y derechos para los pueblos indígenas. 500 años de explotación, de exclusión, de injusticias, devinieron en la organización indígena que impugna “nunca más un México sin nosotros”[3]. En el transcurso de 15 años, el zapatismo ha contado con el apoyo y adhesión de miles de personas y colectivos alrededor del mundo que no sólo simpatizan con una lucha indígena localizada en un punto concreto del planeta; sino que, además, se identifican y comparten su protesta contra la exclusión en todo el mundo. El EZLN, a través de La Otra Campaña, ha logrado tejer “una red solidaria de intercambio y experiencias, de búsqueda y de construcción, desde abajo” (Rojas, 2008: 2). Podemos reafirmar el carácter antisistémico y universal del zapatismo cuando concluyen que la exclusión desaparecerá cuando desaparezca quien lo genera, el capitalismo; saben que para cambiar las condiciones que oprimen a sus pueblos indígenas en Chiapas, deben cambiar el mundo.
Juntas de Buen Gobierno; regreso a la Comunidad
A pesar de la universalidad del capitalismo, éste se ha desarrollado con más fuerza en los países más occidentalizados como Europa y Estados Unidos; en los países del tercer mundo, la modernidad se vive sólo en ciudades y zonas urbanas, es decir, aún subsisten formas de organización antiguas. Existen países del tercer mundo que están entrando en la modernidad cuando ésta está en crisis; esta es una situación, según Luis Villoro, privilegiada, ya que “podemos elegir lo que fue avance y liberación en el proyecto moderno e intentar prevenir sus consecuencias indeseables” (Villoro, 1992: 104); es decir, no se trata de renunciar al avance innegable (tecnológico, científico y de derechos humanos) que legó la modernidad, sino su ejercicio para fines de restauración y equilibro entre los seres humanos y la naturaleza; es decir, lograr una racionalidad más alta. No estamos hablando de volver al pasado, sino de construir un futuro que, como dice Villoro proyecte “una vida colectiva que, sin negar los logros de la modernidad, recobre valores comunitarios” (Villoro, 2003: 32) En México, por ejemplo, a pesar de la colonización, existen aún poblados indígenas que mantienen el sentido de la comunidad y coexisten con instituciones modernas.
El zapatismo, está creando un “modelo universal de funcionamiento para los nuevos movimientos antisistémicos, en términos organizativos, discursivos y de estrategias… (a través de las Juntas de Buen Gobierno)… ahí se gesta un mundo nuevo no capitalista, donde no rige la lógica económica, de lucro y de obtención de la mayor ganancia, sino una lógica de economía solidaria, donde no funciona el individualismo posesivo (…) sino una lógica de fraternidad” (Aguirre, 2008: 2), del mandar obedeciendo.
En estas comunidades, la tierra no es una mercancía sino un bien común; el trabajo es colectivo; los puestos de gobierno son servicios desinteresados y que todo individuo está obligado a participar; los funcionarios ocupan una función por tiempo limitado sin goce de sueldo y las decisiones son tomadas en asambleas. Carlos Lenkersdof, quien vivió durante un tiempo cerca de las comunidades zapatistas describe una asamblea: “En la asamblea todos toman la palabra y discuten: al final de la discusión un anciano interpreta y resume la decisión a que se ha llegado. Anuncia: “nosotros pensamos y decidimos… (…) Se ha logrado un consenso expresado por la palabra nosotros” (Villoro, 2003; 30)
Dice John Holloway[4] que existen dos formas de entender el zapatismo:
“una es en términos de lo espectacular, de los comunicados y la comandancia y la presencia de Marcos, que es importante y muy inspirador. La otra forma de entender el movimiento es en términos del proceso mucho menos visible de transformación de las relaciones sociales a través del trabajo cotidiano, a través de las Juntas de Buen Gobierno, a través de las luchas de todos los días de miles y miles de campesinos” (Holloway, 2008: 02)
Conclusión
Aunque el zapatismo responde algunas preguntas universales sobre qué hacer y cómo en este momento de crisis sistémica y de cruciales decisiones, es impensable imitarlos al pié de la letra. No podemos dejar las ciudades para irnos a vivir a la selva. No podemos aislarnos o rechazar las ventajas que nos dio el liberalismo; no podemos dejar de vestirnos, de comprar alimentos, negar los beneficios de la tecnología. Y esta es, precisamente, otra de las propuestas del zapatismo: que cada uno, desde su realidad, construya una forma de organización alterna comunitaria. Esta labor no es sencilla; de hecho, es un cuestionamiento que aún no está resuelto; requiere imaginación, creatividad y mucho compromiso.
El zapatismo es universal porque incluye en sus demandas a los excluidos, no sólo de los indígenas; también a los sin tierra, a los grupos de migrantes, a los homosexuales, a los jóvenes, a los ancianos, a las mujeres, a los hombres; a todos los que no formamos parte de ese 1% de privilegiados que se han hecho dueños de nuestro mundo.
Este momento histórico nos obliga a tomar una decisión: dejarnos llevar por la inercia del sistema, para ver a dónde nos lleva o empezar a construir una manera más digna de vivir; que nos incluya a todos. Es quizá una Utopía pero, como dice Leo Basi, las utopías deberían ser para la izquierda, con que la fe para los creyentes.
Bibliografía
· Aguirre Rojas, Carlos Antonio (2008) “Historia a Contrapelo”, entrevista de Gualberto Díaz; México
· Chosmky, Noam (1997) “Pocos Prósperos, Muchos Descontentos”, entrevista de David Barsamian. Siglo XXI Editores; México.
· Enríquez, Sara Luz (2004) “La Modernidad en sus Inicios”, disponible en: http://actores-sociales.blogspot.com/2006/12/ponencia.html
· Holloway John (2008) “Grietas y Rebeldías”, entrevista de Gualberto Díaz; México.
· Villoro, Luis (1992), “El Pensamiento Moderno”, Fondo de Cultura Económica; México.
· Villoro, Luis (2003), “De la libertad a la comunidad”
· Wallerstein, Immanuel (2008), “Historias y dilemas de los movimientos Antisistémicos”, Ed. Contrahistorias; México.
-Imágen de: Jorge Ignacio Medina Silva
[1] Comunicado del Comité Clandestino Revolucionario Indígena. Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, del 29 de Abril del 2001. Disponible en: http://palabra.ezln.org.mx
[2] Entrevista a Carlos Aguirre Rojas, realizada por el sociólogo Gualberto Díaz en mayo de 2008
[3] Nunca más un México sin nosotros, fue la declaración de los pueblos indígenas durante el Congreso Indígena realizado en la ciudad de México el 11 de octubre de 1996.
[4] Abogado marxista que ha contribuido al desarrollo de la teoría crítica afirmando que no se puede cambiar el mundo tomando el poder, sino a través de la práctica cotidiana de rechazo al capitalismo. Este pensamiento lo ha desarrollado en cercanía al zapatismo. Entrevista realizada por el sociólogo Gualberto Díaz el 23 de Octubre de 2008.
2 comentarios:
Vero, felicidades por tu ensayo está muy bueno. Creo que cada día te quedan mejor. felicidades socióloga.
me topé con este escrito en indymedia y no me sorprende que el zapatismo indígena de mexico esté captando el interes de otros movimientos anticapitalistas. Durante siglos se les ha querido enseñar que deben ser occidentales o perecer pero somos los MODERNOS los que tendríamos que aprender de ellos. saludos.
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